Cenas clandestinas

Me invitaron a una cena. Fui con mis amigos. Sí, tal cual, no tenía ni idea de lo que iba a pasar, aunque estaba segura de que iba a ser del putas, y así fue, gracias a magicu. Solo me dijeron que era preparada por Jorge Iván, un chef reconocido, en un lugar espectacular: ¡su casa!
 
Era una casona típica bogotana en Chapinero, de las que tienen fachada intocable. Por dentro, completamente remodelada: valdría la pena incluso entrar solo a conocerla. Cuando llegamos ya había dos parejas. La chimenea estaba prendida y sonaba Frank Sinatra. ¡Frank Sinatra!
 
Nos ofrecieron una copa de vino o Champagne. Pedí vino y nos sentamos con los que ya habían llegado. Unos de ellos eran los dueños de un restaurante importante de Bogotá y la otra pareja: ella, una cazatalentos y él, el director de mercadeo de una multinacional. Me contaron que habían estado en Tailandia y allá habían conocido a Jorge Iván, el chef. “Él se inspira mucho en la comida internacional, de verdad, cocina increíble”, dijeron.  Después llegó otra gente más joven, una pareja de 27 y un tipo solo, como de 30 años, que tenía muchas ganas de probar las cenas clandestinas. Fueron entrando más personas sucesivamente, de perfiles diversos. 
Cuando ya estábamos más relajados gracias al vino, entretenidos hablando, llegó Jorge Iván con los meseros y nos invitaron a pasar al comedor principal. Es una mesa para 15 personas, completamente llena. Nos explicó más o menos en qué consistía la cena: de entrada, mousse de caviar, inspirado en la cocina nórdica; sopa de pera y Champagne, influenciada por la costa colombiana; trucha ahumada, colombiana también; costillas de res; y helado de bocadillo con un mousse de queso, una tradición griega.
 
Yo tenía sentada al lado una señora regia. Había sido actriz de teatro y televisión, pero ya estaba retirada desde hacía tiempo: de esas personas que uno quiere escuchar el tiempo que sea, claro, y mejor todavía con un par de vinos encima. “Mija, le voy a decir una cosa, la vida hay que disfrutarla. Hay que darse gusto. Después uno se vuelve vieja y es más complicado. Claro que yo todavía tengo mis movimientos: mi marido no se puede quejar, pero la vaina cambia, ya no es lo mismo”, dijo, y me guiñó el ojo. Mi amigo estaba al lado de un productor de televisión. Se la llevaron bastante bien. Yo estaba impresionada. Incluso intercambiaron números para hablar de una idea que se les ocurrió: algo de un negocio. ¡Chévere!
Cuando nos preguntó, le dijimos al chef que la comida había estado buenísima, y era verdad. Fue una gran noche, por todo, la compañía, los platos, la casa: realmente una muy buena experiencia. Yo la repetiría obviamente. A mis amigos también quedaron encantandos. ¡Gané bastantes puntos con la invitación!